“La evaluación configura qué y quiénes somos y no puede considerarse una medida neutra independiente de la sociedad” Friedrich Nietzsche
A recomendación de nuestro compañero Ángel García Dorado, hace un par de años tuve la posibilidad de realizar una lectura minuciosa de este libro. Sobre la evaluación en el ámbito educativo se ha escrito mucho desde hace décadas y es un tema recurrente en los ensayos de expertos y profesionales de la educación. Evidentemente su importancia es hegemónica en la labor docente y así lo recoge el art. 91 de nuestra LOE-LOMCE, entre las funciones del profesorado.
En el mismo, el autor parte de la experiencia real que recogen un grupo de periodistas en sucesivas visitas a centros educativos de Inglaterra. De estas historias se concluye una evaluación del alumnado viciada que afecta desde temprana edad a la percepción social del individuo y que no mide realmente lo aprendido. Un panorama fácilmente extrapolable a las prácticas de nuestro sistema educativo nacional y regional.
Analiza, posteriormente, los orígenes de la evaluación basados en los test de inteligencia que reducen mucho la capacidad de valorar el aprendizaje entendido desde una perspectiva competencial y multidisciplinar. Las inteligencias múltiples de Howard Gardner abren el camino hacia un nuevo concepto de inteligencia que empieza a descubrir las facultades de la mente y que incluye lo emocional como factor clave en el proceso de aprendizaje del alumnado.
Esta línea cronológica continúa hasta los estilos de aprendizaje en el capítulo IV, contemplando el aprendizaje experiencial como un factor importante del proceso y aportando en los enfoques de aprendizaje (profundo, superficial o estratégico) otras teorías que complementan una idea más rica y cercana a la realidad del aprendizaje del ser humano.
Según Gordon Stobart, uno de los principales males del sistema de evaluación es la titulitis, la enseñanza orientada a la obtención de un título por encima del aprendizaje y del propio desarrollo pleno de la personalidad y de las capacidades de los alumnos, desvirtuando el fin principal de la educación.
Se plantea, por tanto, la inexistencia de una correlación lógica entre las diversas capacidades intelectuales de los alumnos y los procesos de evaluación que se aplican en muchos de los centros educativos de nuestro pais. Lo peor de todo ello es que la forma de evaluar predetermina el mismo proceso de enseñanza-aprendizaje con la consiguiente pérdida de valor pedagógico y didáctico.
El autor no se queda sólo en el análisis crítico y plantea acciones concretas para racionalizar el proceso evaluador, convirtiéndolo en algo útil para el profesorado y sobre todo, para el propio alumno y su familia. La mejora del diseño de los exámenes, una evaluación para el aprendizaje, un clima sumativo y una retroalimentación eficaz del proceso son algunas de las líneas prácticas que propone.
En el último capítulo se marcan una serie de sencillas pautas a asumir para recuperar la evaluación de los alumnos: limitar las ambiciones de la evaluación (es complejo medir todas las capacidades de un alumno); interpretar los resultados con cautela; valorar el contexto donde se desarrolla el proceso educativo y reconocer la importancia de la interacción. Todo ello debe conducirnos a una evaluación sostenible que según el autor es aquella evaluación que deja mejor preparados a los alumnos para la siguiente actividad. En definitiva, una evaluación para el aprendizaje.
Gustavo González Díaz. Inspector de Educación en Ciudad Real.